martes, 5 de marzo de 2013

Un viaje alucinante


    -Somos miles de miles… y no importa cuantos caigan al final del día, lo importante, es que cumplamos el objetivo y tomemos la Nébula – el capitán arengaba a sus recién formadas tropas de asalto. Él sabía lo que eran: Carne de cañón. Todos lo escuchaban con atención y nadie se atrevía siquiera a respirar. De hecho, nadie respiraba. ¿Quién podría hacerlo en ese caldo acuoso, congelado e inhóspito?
    -Cuando en unos instantes recibamos la señal, todos, y cuando digo todos, me refiero a todos – continuo mientras, con la mirada, recorría a los físicamente rezagados, unos reclutas con deformidades que en tiempos de paz no se les habría exigido más que vivir- debemos atacar. No tenemos armas y no tenemos otra ventaja más que la del número. Recuerden, es su momento, tomen Nébula, y cuando lo hagan, podrán decir “tarea cumplida” Descansen soldados. Pero no por mucho…
    Todos comenzaron a caminar intranquilos por la plataforma de lanzamiento. La visión desde el aire era siempre la misma, se tratasen de soldados Chinos o Alemanes, de legionarios Romanos o Marines Americanos: Formaciones de cuadriculas, iguales, que por los siglos de los siglos se repiten en tiempos de guerra..
    Nadie estaba al tanto de las maniobras, de los ejercicios realizados durante años y menos aún del inminente fin de los tiempos. Todo el mundo seguía con sus vidas, sin percatarse que el destino de la raza humana se encontraba en estos cuarteles subterráneos.
    -Ey, Monty –grito un fornido espécimen instando a otro a que girara sobre si mismo- sé que lo vamos a lograr, tengo un presentimiento... uno de esos que se sienten en el pecho.
    Monty observó a Herman. No hizo más que asentir concentrado. Él estaba prácticamente seguro de que todos morirían. Por muchas generaciones la historia se repetía: millones de combatientes iban, pero ninguno jamás había regresado. El sacrificio lo valía, pues el Nébula, era la única nave capaz de garantizar la supervivencia de la raza humana.
    -Trato de no pensarlo… pero, ¿Realmente lo lograremos algún día? ¿Cuántas vidas más tendremos que dilapidar por un objetivo que es sólo teórico?
    -Oye oye – lo increpó su interlocutor- Que existe, existe. Los registros son claros, históricos y fehacientes. Nébula es lo que nos ha traído a este planeta, y será lo que nos saque de él.
    Y era cierto. Nadie discutía desde hacía ya muchos años cómo se había originado la vida. Todos sabían que esa capsula había existido en algún tiempo remoto, y, vaya a saber  Dios por qué, se había desintegrado sin dejar rastros.
    -Tengo…-y se detuvo por un segundo- estoy sintiendo realmente que esta vez lo vamos a lograr. Es una premonición de victoria -Continúo Herman.
    -A ver niñas, revisen sus propulsores, no queremos accidentes –les increpó el inspector mientras golpeteaba su anotador con el bolígrafo.
    Monty, automáticamente se inclino y retiró las baldosas metálicas y resplandecientes que ocultaban las fosas de los autopropulsores personales. Se coloco dentro del cilindro quedando con su pecho a la altura del suelo, y se ató al equipo con los cinturones de seguridad, los cuales se cruzaban sobre su torso. Presionó el botón de arranque y la hélice fláccida, cómo un látigo de energia, comenzó a batirse con vehemencia elevándolo unos metros en el aire.
    - perfecto muñequita. A ver tu…
    Herman repitió el proceso y el inspector continúo chequeando otros dispositivos.
    -No olviden colocarse sus cascos antes del despegue porque las fuentes de óxigeno…
Antes de que el inspector terminara su frase, las paredes y el techo del túnel comenzaron a agrietarse, y las alarmas (todas las alarmas que a uno se le puedan ocurrir) empezaron a sonar. Por las grietas comenzó a filtrarse gran cantidad de agua, que en segundos y sin darles tiempo de nada, habían inundado por completo el cuartel.
    Con gran energia, los soldados fueron arrastrados por la corriente hacía los Angaraes de despegue. Obviamente, Herman y Monty, se encontraban ahora separados por cientos de miles de cascos relucientes amontonados uno encima de otro, tratando de sobrevivir a la catástrofe.
    -Despeguen, repito, despeguen de inmediato- se escucho por los alto parlantes
Sin pensarlo dos veces, Monty accionó el interruptor de su autopropulsor y despegó rumbo a lo desconocido. Su casco, que debería protegerlo, lo cegaba, por lo que el recorrido a través de los túneles; rumbo a la superficie, se convirtió en una tarea digna para una bola de flipper, más que para un soldado.
    A medida que se acercaba al ducto de salida (desde donde despegaría al espacio exterior) podía notar cómo más y más soldados se unían en su ajetreado vuelo a medida que el diametro del conducto también se agrandaba.
    -¿verdad que no han sido inteligentes no? – lo consultó por radio un combatiente que se había posicionado a su par.
    - ¿Quiénes?
    - Los ingenieros… el hermetismo del proyecto los llevó a construir nuestra guarida en las profundidades de la tierra… pero ellos, al no ser quienes pilotean las naves, no contemplaron la salida.
    Monty sólo pensaba en una cosa, y el conocer gente, no era parte de sus preocupaciones. Por fortuna, semejante viaje no se prestaba para conocer a nadie. Uno recorría unos kilómetros a la par de una persona y al rato ya no volvía a verlo. Jamás. Las frecuencias de radio eran todas de corto alcance, sólo de algunos cientos de metros, ya que la marea de soldados era tan monstruosa, y si se expandía el rango, no podría oirse más que un murmullo indescifrable.
    Ninguno sabía cuanto tiempo había pasado desde el despegue, pero ya comenzaban a oírse de tanto en tanto, los rumores de que la superficie, estaba cerca. De hecho, sin percatarse Monty ya la había alcanzado... y pasado. Sucede que ésta estaba tan derruida y oscura que siquiera se había dado cuenta de la transición al espacio exterior. Sólo el tiempo le hizo pensar en esta posibilidad… el tiempo, claro, y el cambio en las características del medio, que de frío (terriblemente frío) se había convertido en un ardiente sol en llamas.
    Gracias a su entrenamiento, los soldados sabían que Nébula era una nave esférica, con capacidad incierta, que emitía un sonido constante. Ese sonido, era el que debían utilizar de guía, ya que no existían mapas de ruta, siendo el camino completamente desconocido.
    Monty no sabía mucho de física, y menos aún de astrofísica, sólo era un piloto excepcional y un soldado dispuesto a todo. La teoría no le importaba, sólo la práctica. Por tanto, entendía que una vez en el espacio exterior, debía buscar un “agujero de gusano” lo cual era, para él, sólo un atajo hacía su destino.
    Cuando lo identificó, fijo su curso y ciego, se dirigió hacía ese punto negro y oscuro en medio de la nada. Pudo ver, a medida que se acercaba, los restos de miles y miles de naves apilados que habían quedado esparcidos por el camino. Se habrán quedado sin combustible buscando el modo de atravesarlo pensó. “No permitiré que me ocurra lo mismo” Se dijo, a la vez que se concentraba en calcular la ruta más corta, lo cual, parecería ser una obviedad (Una común y silvestre línea recta) pero que por desgracia, no era tan fácil de conseguir debido a la casi aleatoria propulsión zigzaguearte que le otorgaba la hélice trasera y lo disminuido de su campo de visión.  Todo el equipo era eficiente en cuanto al gasto de combustible, pero extremadamente imprecisa a la hora de maniobrar con ella.
    En un atisbo de lucidez, Monty apagó los propulsores cuando se vio de frente al agujero y continúo sólo con la inercia del impulso que lo llevo directo al centro. En un parpadeo, estaba en otro sitio completamente distinto, arcaico, pero inmenso. Parecía un templo antiguo, con sus paredes talladas con laboriosas y extrañas estructuras. Por encima de él,  pudo observar un contingente que lo adelantaba, al cual siguió sin dudarlo.
    Subían adheridos a las paredes, con los motores casí inutilizados por el cambio de gravedad, dejando tras de si unos caminos intrincados similares a los que dejan los caracoles al desplazarse. Cuando logró alcanzar al último, el enorme templo comenzó a achicarse, como si sus paredes detectaran la presencia de intrusos. Era un terremoto.
    Algunos cayeron, y los que no lo hicieron, continuaron la penosa marcha. A medida que se estrechaban las paredes, y comenzaban a recuperar cierta solvencia los motores, aumentaba la velocidad con la que los valerosos combatientes se desplazaban. El más adelantado miró por sobre su hombro
    -¿Solo nosotros verdad?-era una pregunta retórica- Ya estamos cerca, mantengámonos unidos. Ya casi lo logramos... puedo oirlo amigos.
    Continuaron la marcha aunque se fueron turnando la delantera pues no sabían que peligros les esperaban, y nadie, claro esta, quería morir. ¿Quién quiere hacerlo acaso? Monty, quién venía al final del grupo, logró ver por fin, a lo lejos, lo que sus compañeros ya habían visto momentos antes:  una esfera reluciente, similar a un sol. 
    El primero, sin siquiera pensarlo, se lanzó a toda velocidad hacía ella, exigiendo al máximo sus propulsores por esos últimos pocos metros. Era una estructura que los centuplicaba en tamaño. Quizá más. Podía verse un núcleo en su interior formado por una sustancia resplandeciente que a Monty se le antojaba cálida. Sin  embargo, el avezado jamás logró hacer contacto con la nave: por el contrario, su casco había estallado antes de llegar, destruyendo parte de la coraza de la misma.
    Agotados por el viaje, algo atontados, uno tras otro, como si de kamikazes se tratase, se fueron precipittando hacía esa supuesta salvación. Uno tras otro fue pereciendo en el intento… La nave, a estas alturas, ya tenía todo un flanco destruido.
    -¿Ralph?-Monty no podía creerlo, pero quién estaba delante suyo, presto a lanzarse hacía la nave, era su amigo.
    -¡Monty! Qué demonios sucede…-Se notaba en su voz lo agotado que se encontraba- no tengo más fuerzas…
    -Amigo, quizá Nébula, es eso: la muerte.
    -No sé que pensar… De hecho, no quiero hacerlo.
    Monty miró hacía atrás con la esperanza de que más soldados se acercasen a la zona de Nébula. Sólo ellos dos quedaban.
    -Volver, es imposible. No tenemos suficiente combustible…
    -Debemos enfrentar los hechos Tymon, ya no debe de existir nada por lo que volver –dijo Ralph ajustándose su casco- hagámoslo a la cuenta de tres.
    -De acuerdo-Respondió este- Que así sea.
    El conteo pareció eterno y cuando por fin se lanzaron, Monty sintió cómo su casco estallaba, dejándole solo una fina cubierta como protección. Pero no había muerto. Por el contrario, sintió como era succionado por un mar cálido y relajante. Miró hacía sus pies y observó perplejo cómo su hélice yacía a varios metros de él, abandonada en el suelo. También observó a los cientos de soldados caídos, y entre ellos a su amigo. Pero  no tuvo más tiempo. Un golpe de electricidad, un chasquido, y la nave dio inicio a su programa automático. Ya no era más él, y ya no se reconocía como lo que fue. Todo había cambiado, y en nueve meses, sería un bebé.  

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