sábado, 25 de octubre de 2014

La insalubre salud publica

El secreto es moverse por debajo de la tierra. Entré a la guardia por  los pasillos subterráneos, secretos para la mayoría de los mortales. Quienes transitamos desde hace años por el el Hospital Provincial del Centenario, de una clase a otra, alguna que otra vez nos hemos aventurado por éstas tenebrosas arterias. 

Hace poco que rendí mi última materia  en la Universidad Nacional de Rosario, por lo que ahora me encuentro realizando las rotaciones hospitalarias de rigor antes de salir a la cancha. Uno de los hospitales que me tocó, fue éste. Por eso, el viaje ahora tenía otro sabor. No era una aventura más de estudiante.  La noche anterior, no había dormido nada. 

Entré a la guardia por esos pasillos de miedo.  Oscuros, llenos de tubos con goteras, con cartones y bolsas de residuo sanitario apiladas por doquier. Ingresé por la puerta de las ambulancias, sólo que desde el lado de adentro. Ese olor a hospital concentrado penetró en mis filetes nasales con la contundencia de un chorro de agua.

A la izquierda, la sala de enfermeros estaba vacía (todos estaban atendiendo) y a la derecha, la sala donde se encuentran los pacientes más graves, atestada. Había allí cuatro personas. Un señor de unos 45 años inflado como un sapo -el termino médico es "abdomen en batracio"- Sus testículos tenían el tamaño de la cabeza de un adulto, sin exagerar. Estaba allí por un síndrome ascitico edematoso, arriba de una camilla, desnudo, como si su pudor se hubiera ido con su salud. Otro  de unos 50 años, que tenía conectado oxigeno a libre demanda por problemas relacionados con su enfermedad pulmonar obstructiva crónica, tenía aún puestos sus zapatillas, cuya suela estaba impregnada de caca. En ese mismo lugar, había otra señora, pálida, sudorosa, por problemas relacionadas con su diabetes. La última de las mujeres internada allí, de unos 70, epiléptica y con problemas psiquiátricos, yacía adormecida en posición fetal. Todos en un cuarto con iluminación artificial, no más grande que tu habitación o la mía. 

Al lado de esa habitación hay otra donde se internan a los pacientes de distintos servicios. Eran unos 7, en una habitación pequeña. Todos en ese mismo lugar. Con música algunos, en silencio otros. Todos lúcidos, mirando, cayados, el desfile de médicos y enfermeros.

Seguí caminando, y a la derecha, estaba la sala de observación, donde aguardan los pacientes por una razón u otra.  Había unas 10 personas, sentados , acostados, parados incluso. Se acomodaban como podían. Hace unos días estaba siguiendo a uno de los más grandes gastroenterologos del país, y lo escuché, al ver ésta sala, decir  "ésto es peor que un hospital de campaña. Pero no uno de ciudad, uno rural" 

Luego, le siguen los consultorios. Son 3, y todos tienen dos puertas. Una hacía el norte (que da al pasillo por donde yo caminaba) y otra hacía el sur (que da a la sala de espera por donde ingresan los pacientes) En esas salas, también había personas internadas. 

En ese preciso momento, en ese instante, una idea me atravesó la mente. No quería ser médico de éste sistema de salud que consume cómo un incendio voraz todo atisbo de dignidad humana . No quería estar ahí. No podía estar ahí. Me deprimí. ¿Esa era la salud de lal que tanto nos vanagloriamos? Me sentí diminuto delante de un monstruo despiadado, horrible, devorador de decencia y humanidad.

Entré a la sala de residentes, me presenté, y comenzó la jornada. Los pacientes se atendían en las salas donde otros yacían. O en los pasillos o en donde hubiera lugar. El espacio físico y el personal escasea, Incluyendo los médicos. No se crean ésto de "Ya hay muchos médicos"

Pero entonces algo pasó. A media mañana llego una médica especialista. Me encantaría decir el nombre o la especialidad, pero vamos a salvaguardar su ejemplo. Entró y antes de dejar sus cosas empezó a dar ordenes ¿Podremos tapar a éste paciente que ésta desnudo, por favor?¿Podremos limpiar a éste?¿Podes mirar éste paciente? Fueron gestos diminutos, pero alumbraron como chispazos la noche más oscura.

Cuando salía de la guardia, después de una jornada de 8 hs (es lo que nos exigen durante las rotaciones) me sentía abatido. Pero entendí algo, que se fue marcando aún más durante mi tránsito por los otros hospitales, principalmente el Alberdi, donde las médicas de guardia son madres de los pacientes y de los aprendices. El sistema no existe. Realmente, las personas son el sistema. Y las personas se cambian con elecciones, con votos, con ejemplos o buenas acciones.


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